Estaba un día, en uno de mis
(no tan) frecuentes divagares por la webósfera, escuchando canciones que por pudor no tengo en mi reproductor, cuando en la página de videos más concurrida de la internés salta
(literalmente, pues es pop-up, que como ustedes saben, mis distinguidos y cultos lectores, es algo así como "saltar", "emerger sorpresivamente", o algún sinónimo adecuado) una publicidad de una conocida cadena de electrodomésticos. Muy adorable, por cierto. La publicidad, no la cadena.
En fin, estaba mi ser disfrutando de esas imágenes bucólicas, estilo alpino-decadente-paz y amor, cuando irrumpió la voz del narrador. Muy masculina, por cierto. El hombre de cuya garganta salían tan melodiosos sonidos me informó de la existencia de unos seres de cuya existencia no estaba informada, que aparentemente responderían al nombre de "rústicos". Estos seres en cuestión renegaban de cualquier adelanto tecnológico, viviendo en una especie de comunidad hippie con chiches electrónicos que dejaron de ser chiches en los años 70, para pasar a ser más bien objetos de interés museológico que podrían encontrarse en la casa de nuestras abuelas. El locutor de voz aterciopelada procedía a enumerar las "virtudes" de semejante colectivo, en un tono mordaz muy interesante, para luego finalizar con un llamado a la iluminación: si querés dejar de ser rústico, andá a la citada cadena de electrodomésticos, que tenés todos los chiches de esta época, y vas a ser así como super moderno y cool, y vas a estar en la cresta de la ola. O mejor aún, vas a
ser la ola.
Hasta aquí, el escenario. Estoy perfectamente de acuerdo con las intenciones de venta que subyacen en el anuncio, pero me pregunto, ¿hasta qué punto la vida "rústica", entendiendo por tal al concepto plasmado en el anuncio, tiene tantas desventajas? Vamos, que según como lo pintan, el índice de ansiedad en ese San Marcos Sierra publicitario es realmente bajo. La gente espera tranquila, no tiene manías controladoras, se vale de sí misma para el levante y no necesita hurgar en el feisbuc... No sé, no veo mal el paisaje, a menos que seas psicólogo, o psiquiatra. No parecen necesitarlos ahí.
Aquí es donde entra el remanido argumento de "sí, y escribís esto desde una netbook, mientras escuchás música." ¿Contradicción? Nunca dije ser rústica. Pero una vez que decidís no ser rústico, ¿de verdad es necesario disponer de una cantidad obscena de aplicaciones que te organicen la vida? Literalmente, las hay para todo, pero vamos hombre, que tampoco es tan difícil pararte frente a la heladera y sacar de la galera una cena. Está bien, no será una comida de tres manteles, pero para mis gustos sencillos de entre semana, sobra. O realmente, no me hace falta que un teléfono inteligente me diga cuántas calorías quemo por ir caminando las siete cuadras que me separan de la estación de tren. O como combinar mi remera naranja furioso con un pantalón acorde. OK, tampoco tengo tanta ropa, pero dale, un poco de esfuerzo propio es lo que se pide. Porque el día que colapse el sistema, no quiero sentirme alienada.
Porque quiero sentir que tengo el control de una mínima parte de mi vida.
Porque poder decidir qué comer, cómo entrenarme y qué ponerme dependa exclusivamente de mí.
Porque no quiero que mi teléfono sea más inteligente que yo.