30.5.12

Verdades indudables XXVII

Todos queremos mimos.

23.5.12

Perlitas (edición Feria del Libro)

Estaba Florci en la feria del libro, paseando muy contenta, hasta que llega al stand de La Nación. En ese momento, Florci recuerda que una de sus pocas docentes que realmente merecen ese apelativo ha publicado un libro en la colección Ciencia que Ladra, colección cuya edición barata distribuye el citado diario. Florci se acerca a revolver entre las mesas y después de mucho afán lo encuentra. Triunfante, se dirige hacia la caja, donde entabla el siguiente diálogo. Escuchemos.

Cajera Con Muchas Tetas Y Pocas Luces (CCMTYPL): Ah, mirá lo que te llevás (o similar). Está saliendo un montón la colección esa. Está muy buena.
Florci (cordialmente): Sí, es que realmente es accesible. Fácil de leer.
CCMTYPL: Sí, y además está muy buena.

Florci menea la cabeza, paga, se va, y se pregunta: "¡¿Pero qué carajo?!". O en su versión anglosajona: "What the fuck??"

16.5.12

Por qué

Da lo mismo tu nivel educativo y tu encumbrada posición en la sociedad científica, a nivel nacional e internacional. No es importante lo muy experto que sos en tu área. A nadie le interesa cuántos papers publicaste en Science, ni a las órdenes de qué renombrado genio de la química tuviste la suerte de trabajar. Estás enfrente mío, parado frente a cuatro pizarrones verdes y con la tiza en la mano. En ese momento, el resto de tu vida deja de existir, y pasás a ser docente.
Puede que te cause un cierto resquemor que te defina de esa manera, tal vez hasta te dé náuseas que mis palabras te pongan al mismo nivel de los que trabajan en un colegio primario y escriben con faltas de ortografía (sí, desgraciadamente existen). Claro, porque después de seis años de licenciatura, seis de doctorado, y otros tantos de posdoctorado en una universidad prestigiosa del exterior, ya no sos como los demás mortales. Como esas pequeñas almas ignorantes que tenés enfrente, listas para absorber lo que vos tengas para dar.
Si de verdad pensás de esa manera, es porque sos docente mío en la facultad. A vos te dedico esta reflexión. Te desprecio, y es visceral lo que siento. Porque con toda tu experiencia, te olvidaste de lo que es estar del otro lado, sin todo ese caudal de conocimiento que ahora tenés. Hubo un momento en que esperaste ávidamente que alguien te lo brindara, ¿por qué negarle a tus alumnos la misma oportunidad?
Porque de tanto tiempo que pasaste sin superar desafíos académicos, te olvidaste de lo que siente un crío frente a un parcial. Sí, tenemos que demostrar lo que sabemos, pero, realmente, ¿hace falta que, además, tengamos que interpretar tu enrevesada redacción de niño de tercer grado, carente de coherencia, cohesión y estructura gramatical?
Porque te olvidaste que la utilidad de ir a escuchar una clase radica en que puedas despegarte de los libros, ¿para qué voy a ir, si vas a contarme lo mismo que aparece en el libro, punto por punto (capítulo tres, apartado cinco, párrafo dos)? Para eso me quedo en mi casa, en piyama y pantuflas, releyendo El señor de los anillos por enésima vez. Me aprovecha más.
Porque considerás que aplicar las "nuevas tecnologías" es copiar un par de detalles que figuran en el libro en unas diapositivas, y dar un pseudo intento de clase con eso. Porque, además, cuando se te da por despegarte de los libros, hacés comentarios irrelevantes. Porque jamás respondés una duda con claridad. Porque estuviste tantos años mirándote el ombligo, que de verdad creés que tus clases son la única vía a la aprobación.
A vos, omnisciente, omnipresente y omnisapiente profesor, a vos te digo: no tengo renombre, y probablemente nunca llegue a ser una celebridad en el mundillo de la química como vos. Pero mi tiempo vale lo mismo que el  tuyo. Por favor, hacé un uso responsable de él. No quiero tener que leer todo yo solita, me gusta la situación de clase, pero realmente no me dejás otro camino. Y esto te lo digo porque me duele en el alma volver a mi casa en el tren pensando por qué tengo que lidiar con tanta desidia de tu parte, por qué la dicotomía "buen científico-buen docente" tiene que ser necesariamente una dicotomía, por qué estoy aguantando tu indolencia. Por suerte para mí, todavía encuentro respuestas a la última pregunta. Pero se me están acabando. Realmente, estás logrando destruir todo mi gusto por la química hasta reducirlo a polvo. Felicitaciones, hijo de puta.

1.5.12

Hachepé

Había una vez una impresora multifunción, que vivía muy feliz en un estante arriba de mi computadora. Mi impresora (porque de ella se trata) estaba adornada por las más bellas y loables virtudes: amable, puntual, trabajadora, siempre dispuesta a cumplir con mis más nimios caprichos a cambio de su ración quincenal de tinta original.
Nuestra relación se vio inalterada por años, correteando por el verde prado del mutuo aprecio y entendimiento. Hasta que un día, él llegó. El lobo feroz, el hechicero malvado, el maligno espíritu, la definición de malevolencia encarnada en la persona de mi madre quien, cegada por los brillantes espejuelos de los ardides publicitarios, tomó la decisión que precipitaría el final.
Mi impresora y yo éramos inseparables. Hasta ese malhadado día que, bajo los influjos de quién sabe qué encantamiento, la conduje al cadalso. En esa caja, en el colectivo, yendo a que le colocaran el sistema de tinta continuo, estoy segura de que intentó advertirme, o quizás despedirse de mí. Nunca podré ya saberlo. Cuando volvió, una parte de ella habìa muerto. Sus contactos ya no respondían de la misma manera, sus impresiones ya no eran tan claras y diáfanas como el sol de mediodía. Sangre negra brotaba de sus entrañas, dejando un reguero en el estante y tiñendo mis manos, que afanosamente intentaban contener el desastre, armadas con paños y alcohol. El sistema de tinta continuo fue demasiado para mi pobre multifunción.
Cuando evidentemente todos mis esfuerzos fueron vanos, agaché la cabeza e hice un minuto de silencio, recordando tiempos mejores. El forense dictaminó muerte por inundación de cartuchos, con posterior cortocircuito en contactos. Arrastrando mi dolor, agarré una bolsita plástica de supermercado, me encaminé con paso cansino hacia el contenedor de residuos electrónicos, le di mi último pésame y la arrojé al foso.