24.11.12

Vieja

Disclaimer: tengo 22 años. Considerar el concepto de vejez de una manera puramente figurada.

Hay momentos en los que los años te caen encima como un tsunami. Literal, y figuradamente. Literal, la última vez que le solicité un milagro al estilista de cabellos (nótese la diferencia con "peluquero") de mi cuadra, y terminé igual que mi madre. Que si bien es una mujer de gran prestancia, tiene treinta años más que yo. Y digo "de mi cuadra" y no "de mi barrio", porque en mi barrio hay un salón de belleza por cuadra.
Y figuradamente, la última vez que fui a bailar a un lugar fácilmente calificable, distinguible por las masas y habilitado por el gobierno de la ciudad para ese fin, como boliche. Era un cumpleaños de un compañero de la facultad que me resulta sumamente agradable, por lo que decidí que su persona ameritaba un esfuerzo de mi parte. Así las cosas, descolgué de mi armario la personalidad que llevo cuando salgo por las noches de cachengue, la combiné con maquillaje, atuendo y peinado al tono, y allá partí.
Luego de un rato de colectivo lleno de gente que también se iba de cachengue, llego a ese lugar inminentemente infame, y al instante me empiezan a agarrar ataques de adolescencia malos. Porque la adolescencia es como el colesterol: la hay buena, la del descubrimiento del universo nocturno, fauna masculina, alcohol, amigos y porros. Y también la hay mala: la del descubrimiento del universo nocturno, fauna masculina, alcohol, amigos y porros. Espero que sepan apreciar el delicado matiz que las separa. En fin, como decía, estaba retorciéndome interiormente producto de la remembranza, cuando llego al lugar y se me informa que, faltando cinco minutos para el límite de entradas gratis (3 AM), "ya cerramos las listas, chicas", y había que pagar. Adiós a mis magros dineros destinados al alcohol.
No conformes con expoliar mi billetera, entro y me encuentro con una marejada de gente sudada que se movía frenéticamente. Y digo marejada porque iba y venía, dejando algún resabio en forma de borracho en galán mode on, que aparentemente leía en mi cara algo parecido a una necesidad de compañía, y evidentemente este ser se sentía capacitado para proveerme con la misma. Y nada, yo tengo algunos problemitas, uno de ellos es que me molesta que invadan mi espacio vital*. Me molestan profundamente los rituales de levante, todos ellos, en cualquier momento o lugar, pero especialmente me fastidian si una mitad está algo... desinhibida.
Para ese entonces, ya la personalidad de cachengue había vuelto al placard, y la de todos los días había tomado su lugar. Una horrorosa música de cumpleaños de quince sonaba de fondo. Recital de Damas Gratis, mujeres entaconadas sin control sobre sus prótesis, y unos cuantos pisotones después, sobria por obligación, hastiada, aburrida de los señores cuyo interés por mí exhalaba un tufillo... digamos, etílico, decidí que era hora de volverse a dormir. Y nada, esas cosas de la vida, recuerdo que a los diecisiete esto tampoco me gustaba, pero tenía que tolerarlo para así encontrar mi lugar en ese sistema de castas rígidas que es el secundario. Y ahí no tenía escapatoria. Y mientras pensaba que más me valía haberme quedado en casa mirando un bodrio romántico hollywoodense en TV por cable, o perdiendo el tiempo en la internés, o molestando a quienquiera que estuviera delante, me alegré de ser una vieja.

*Sé que el argumento es de corte hitleriano, pero deben recordar que el lo usó para invadir Polonia. Evidentemente, él tenía poco espacio vital. A mí con el que me asignaron me alcanza.

2 comentarios:

Gurisa dijo...

Muchacha: yo empecé a salir a los 16. Para tu edad ya estaba hastiada del rejunte de gente en una habitación 2x2. Encima, con olor a pucho. Me cansé de tener que bañarme a las 4am para quitármelo. Y ahí, por fin, tuve una epifanía.

Bienvenida a la madurez (?)

Hubert Cumberdale dijo...

Muy buena la llamada..
me sacaste una sonrisa mal..
haahha