13.6.12

about: blank

La inmensidad, el vacío, la nada más absoluta.
Me aterra.
Es el temor, el nudo en el estómago. Es como asomarme a un precipicio. Yo sé que puedo hacerlo, lo hice innumerables veces, salgo relativamente airosa cada vez que lo intento, pero igual me invade el pánico. Me siento en esas noches del desierto otra vez, donde no puedo identificar sonidos, no hay luz fuera de la nuestra, sólo el viento seco cortándome la cara y ramalazos de terror a lo desconocido.
Es una película de terror barata y predecible, pero es película de terror. Nadie comprende lo que siento, y es inútil tratar de explicarlo. No lo entenderían, se reirían, me ridiculizarían.
Entonces me callo.
Y tengo miedo.
Y me hago pequeña.
Y espero. Espero a que salga el sol, a que alguien haga un ruido remotamente humano que me saque de mi limbo, a que se haga la luz en mi rincón de universo. A que se haga la luz en mi cerebro. Que mis dedos empiecen a fluir libremente, al ritmo de mis pensamientos, en el teclado. A que la tan temida página en blanco se empiece a poblar de caracteres bailarines, en una danza desenfrenada que durará hasta el punto final.

Iba a escribir otra cosa y salió esto. ¿Pánico escénico?

10.6.12

No sé si aprecian...

... que estoy haciendo un supremo esfuerzo por actualizar relativamente seguido. Es que leí por ahí que esto de escribir sandeces se da mejor cuando lo practicás, y como tengo parciales kilométricos que llenar, mejor que me vaya entrenando. Digo. Después les cuento si resulta.

6.6.12

¿Qué pasa si en tu reproductor de música portátil conviven pacíficamente Gogol Bordello, Lily Allen y Los Coholins?


Golem, "Odessa"

La pregunta es en sí misma trivial para los no iniciados. Pero a esta altura del partido, ya sabemos que lo trivial es lo que verdaderamente nos complica la existencia, y si nos paramos a mirar, nos damos cuenta que la respuesta varía drásticamente, de acuerdo a quién le estemos preguntando. Y como no tengo voluntarios dispuestos a contestar mis preguntas estúpidas cada vez que me sale del quinto forro de... Bueno, de algún quinto forro, no me queda otra que hallar las respuestas por introspección. Veamos.

Florci a los 13: La respuesta es cauta, no se convence de las bondades del método, aunque admite que puede resultar. Sería algo así como: "No sé, pero me parece que esas tres cosas... Como que no pegan mucho entre sí. Es raro, pero bueno, si son felices y a ellos les gusta...".
Florci a los 15: En plena etapa de absorción de conocimientos musicales, acepta la convivencia de distintos estilos en su mp3, pero bajo el rótulo de transitoria, hasta que los "nuevos conocimientos" se asienten.
Florci a los 16: Con su nuevo oído musical flamantemente desarrollado y sus nuevos conocimientos adquiridos y en constante ebullición, rechaza la convivencia de dichos estilos, aduciendo que es una práctica incoherente. Formulando la respuesta en el lenguaje de la teen, obtendríamos algo como "¡Horror! (O expresión similar) ¡Incoherencia! (O concepto cercano) Eso es típico de gente que escucha Radio Disney y no filtra lo que le gusta y lo que no". Bardera al pedo, la pendeja.
Florci a los 19: Empieza a entender que la mezcla no es incoherencia, y se anima a alborotarse.
Florci a los 21: Ha perdido toda "coherencia musical" y escucha lo que le viene en gana. Y no le interesa lo que opine la gente, porque además es poco generosa y no le presta el mp3 a nadie.

El punto de este rosario de estupideces es el siguiente: recuerdo que a los 16, la música era un criterio realmente rígido para elegir amigos, y expulsivo a la hora de mantenerlos*. Y esto no era exclusivo de mi grupo de amigos, sino que era común a todos mis compañeros de colegio. Independientemente del resto de tu personalidad, si no escuchabas Ramones no podías juntarte con nosotras. No conformes con clasificar rígidamente a los seres humanos de acuerdo con su gusto musical, además los tachábamos de "incultos" si no conocían las bandas a las que adorábamos, sin pensar en que nosotras tampoco conocíamos ni de nombre a los grupos favoritos de esos salvajes que tenían el tupé de presumir su desconocimiento de la discografía de The Clash. Es cierto, no éramos angelitos, pero "los otros" seguían exactamente la misma lógica.
Ahora, desde mi pseudo madurez duramente adquirida, no puedo comprender a mi yo adolescente. Quizás porque los amigos que me hice después jamás escucharon lo mismo que yo, o porque ya estoy vieja y anquilosada para esas cosas, el caso es que jamás volví a preguntarle a nadie "Che, y a vos, ¿qué te gusta escuchar?". No me interesa, prefiero que me sorprendan con nuevas cosas para incorporar a mi muy heterogénea lista de reproducción.

*Recuerdo a una amiga insinuar, ante la ignorancia musical de la que se veía rodeada, que debería haber colegios para punks, para emos, para rollingas...

30.5.12

Verdades indudables XXVII

Todos queremos mimos.

23.5.12

Perlitas (edición Feria del Libro)

Estaba Florci en la feria del libro, paseando muy contenta, hasta que llega al stand de La Nación. En ese momento, Florci recuerda que una de sus pocas docentes que realmente merecen ese apelativo ha publicado un libro en la colección Ciencia que Ladra, colección cuya edición barata distribuye el citado diario. Florci se acerca a revolver entre las mesas y después de mucho afán lo encuentra. Triunfante, se dirige hacia la caja, donde entabla el siguiente diálogo. Escuchemos.

Cajera Con Muchas Tetas Y Pocas Luces (CCMTYPL): Ah, mirá lo que te llevás (o similar). Está saliendo un montón la colección esa. Está muy buena.
Florci (cordialmente): Sí, es que realmente es accesible. Fácil de leer.
CCMTYPL: Sí, y además está muy buena.

Florci menea la cabeza, paga, se va, y se pregunta: "¡¿Pero qué carajo?!". O en su versión anglosajona: "What the fuck??"

16.5.12

Por qué

Da lo mismo tu nivel educativo y tu encumbrada posición en la sociedad científica, a nivel nacional e internacional. No es importante lo muy experto que sos en tu área. A nadie le interesa cuántos papers publicaste en Science, ni a las órdenes de qué renombrado genio de la química tuviste la suerte de trabajar. Estás enfrente mío, parado frente a cuatro pizarrones verdes y con la tiza en la mano. En ese momento, el resto de tu vida deja de existir, y pasás a ser docente.
Puede que te cause un cierto resquemor que te defina de esa manera, tal vez hasta te dé náuseas que mis palabras te pongan al mismo nivel de los que trabajan en un colegio primario y escriben con faltas de ortografía (sí, desgraciadamente existen). Claro, porque después de seis años de licenciatura, seis de doctorado, y otros tantos de posdoctorado en una universidad prestigiosa del exterior, ya no sos como los demás mortales. Como esas pequeñas almas ignorantes que tenés enfrente, listas para absorber lo que vos tengas para dar.
Si de verdad pensás de esa manera, es porque sos docente mío en la facultad. A vos te dedico esta reflexión. Te desprecio, y es visceral lo que siento. Porque con toda tu experiencia, te olvidaste de lo que es estar del otro lado, sin todo ese caudal de conocimiento que ahora tenés. Hubo un momento en que esperaste ávidamente que alguien te lo brindara, ¿por qué negarle a tus alumnos la misma oportunidad?
Porque de tanto tiempo que pasaste sin superar desafíos académicos, te olvidaste de lo que siente un crío frente a un parcial. Sí, tenemos que demostrar lo que sabemos, pero, realmente, ¿hace falta que, además, tengamos que interpretar tu enrevesada redacción de niño de tercer grado, carente de coherencia, cohesión y estructura gramatical?
Porque te olvidaste que la utilidad de ir a escuchar una clase radica en que puedas despegarte de los libros, ¿para qué voy a ir, si vas a contarme lo mismo que aparece en el libro, punto por punto (capítulo tres, apartado cinco, párrafo dos)? Para eso me quedo en mi casa, en piyama y pantuflas, releyendo El señor de los anillos por enésima vez. Me aprovecha más.
Porque considerás que aplicar las "nuevas tecnologías" es copiar un par de detalles que figuran en el libro en unas diapositivas, y dar un pseudo intento de clase con eso. Porque, además, cuando se te da por despegarte de los libros, hacés comentarios irrelevantes. Porque jamás respondés una duda con claridad. Porque estuviste tantos años mirándote el ombligo, que de verdad creés que tus clases son la única vía a la aprobación.
A vos, omnisciente, omnipresente y omnisapiente profesor, a vos te digo: no tengo renombre, y probablemente nunca llegue a ser una celebridad en el mundillo de la química como vos. Pero mi tiempo vale lo mismo que el  tuyo. Por favor, hacé un uso responsable de él. No quiero tener que leer todo yo solita, me gusta la situación de clase, pero realmente no me dejás otro camino. Y esto te lo digo porque me duele en el alma volver a mi casa en el tren pensando por qué tengo que lidiar con tanta desidia de tu parte, por qué la dicotomía "buen científico-buen docente" tiene que ser necesariamente una dicotomía, por qué estoy aguantando tu indolencia. Por suerte para mí, todavía encuentro respuestas a la última pregunta. Pero se me están acabando. Realmente, estás logrando destruir todo mi gusto por la química hasta reducirlo a polvo. Felicitaciones, hijo de puta.

1.5.12

Hachepé

Había una vez una impresora multifunción, que vivía muy feliz en un estante arriba de mi computadora. Mi impresora (porque de ella se trata) estaba adornada por las más bellas y loables virtudes: amable, puntual, trabajadora, siempre dispuesta a cumplir con mis más nimios caprichos a cambio de su ración quincenal de tinta original.
Nuestra relación se vio inalterada por años, correteando por el verde prado del mutuo aprecio y entendimiento. Hasta que un día, él llegó. El lobo feroz, el hechicero malvado, el maligno espíritu, la definición de malevolencia encarnada en la persona de mi madre quien, cegada por los brillantes espejuelos de los ardides publicitarios, tomó la decisión que precipitaría el final.
Mi impresora y yo éramos inseparables. Hasta ese malhadado día que, bajo los influjos de quién sabe qué encantamiento, la conduje al cadalso. En esa caja, en el colectivo, yendo a que le colocaran el sistema de tinta continuo, estoy segura de que intentó advertirme, o quizás despedirse de mí. Nunca podré ya saberlo. Cuando volvió, una parte de ella habìa muerto. Sus contactos ya no respondían de la misma manera, sus impresiones ya no eran tan claras y diáfanas como el sol de mediodía. Sangre negra brotaba de sus entrañas, dejando un reguero en el estante y tiñendo mis manos, que afanosamente intentaban contener el desastre, armadas con paños y alcohol. El sistema de tinta continuo fue demasiado para mi pobre multifunción.
Cuando evidentemente todos mis esfuerzos fueron vanos, agaché la cabeza e hice un minuto de silencio, recordando tiempos mejores. El forense dictaminó muerte por inundación de cartuchos, con posterior cortocircuito en contactos. Arrastrando mi dolor, agarré una bolsita plástica de supermercado, me encaminé con paso cansino hacia el contenedor de residuos electrónicos, le di mi último pésame y la arrojé al foso.