26.12.09

Lo que queda después de la comida, la resaca, los petardos y otros etcéteras

Navidad es un cuelgue. Es así y no va a cambiar nunca. Por lo menos es mi humilde manera de ver las cosas, la mejor que encontré para impedir que el torrente de euforia papanoelística me arrastre y además evitar la depresión pre-reunión familiar.
Es que toda la parafernalia navideña me genera sentimientos encontrados. Hay una parte de mí que se siente inclinada a perdonar y convivir amablemente con mi prójimo, sin importar que prójimo se cagó en mí durante todo el año. Para contrarrestar el ataque de dulzura, obviamente está el sector que vota por sentenciar a prójimo a cadena perpetua para que no moleste nunca jamás. Y así estoy, navegando por las turbulentas aguas de la armonía y el equilibrio personal, contando hasta 10.000.000.000.000.000.000.000 (diez mil trillones) para evitar situaciones que podrían arruinar el "clima de fiesta".
Entonces, ¿por qué me gustan las fiestas?
  • Navidad, dulce Navidad. Momento de reencuentros, la familia unida, incluyendo a esos parientes que nunca ves. Todos reunidos en torno a la mesa, celebrando y compartiendo un momento de paz en el corazón.
  • La comida. La noche del 24 es el momento ideal para salir de las comidas de todos los días y que la gente se luzca preparando algo más elaborado y sabroso. Es ahí donde hacen su aparición estelar todas esas cosas que durante el año, por falta de tiempo, se limitan a ser una receta escrita en un papel manchado y tirada en algún rincón de la cocina.
  • La distensión general. Todos estamos de mejor humor. Esto es un tanto inexplicable, pero pasa. Risas, chistes, jodas, nadie se enoja y todos disfrutamos de un instante efímero de felicidad absoluta.
  • Las anécdotas de sobremesa. Es el momento perfecto para reírte de tus familiares serios, porque siempre habrá alguien más jocoso que "sin querer" se le escape que "el respetable" hizo tal o cual cosa de joven, provocando de esta manera las carcajadas y que el sujeto en cuestión deje de ser respetado por la familia (esta es la mejor parte)
¿Por qué odio las fiestas?
  • Navidad, dulce Navidad. Es el momento de encontrarse con familiares que no ves nunca, olvidando la razón principal por la cual no los veías. Es que simplemente no los soportás, porque, sea con su habilidad para hacerte quedar mal o por sus opiniones de ser-que-no-salió-de-la-época-de-las-cavernas, arruinan cualquier momento de armonía familiar.
  • La comida. Hemisferio sur, gente. Verano, por si la indirecta no dio en el blanco. No es momento de comer comidas hipercalóricas que requieran un mínimo de cuatro horas en el horno. Si no lo hacés en pleno julio, no es momento de experimentar. Y menos si se lo das a otro infeliz (como yo) para que te lo cocine por vos. Porque el citado infeliz deseará arrancarse la piel a tiras con tal de no sufrir más en ese infierno gastronómico.
  • La distensión general. Claro, es Navidad, lo cual te da derecho a torturar a almas inocentes con reggaeton a volúmenes insoportables a horas totalmente inapropiadas. Es en esos momentos en los que me pregunto por qué soy tan civilizada, ya que cuando estoy limpiando mi casa al ritmo del punk inglés voy y le pregunto a la vecina si su marido está durmiendo la siesta para bajar los decibeles. Y sí, lo admito, soy una pelotuda.
  • Las anécdotas de sobremesa. Entiendo que el nivel de alcohol en sangre de los comensales hace propicias las confidencias, pero no hace falta contar la anécdota de aquella vez que salimos juntos, éramos menores de edad y pasamos con una cerveza en la mano por la puerta de la comisaría, a ver qué tan jodidos podíamos ser. Para tu información, si sumabas nuestras masas cerebrales en aquel momento de nuestra vida, el mosquito del dengue era más inteligente que nosotros. Sobre todo que yo, porque salí con vos. Imbécil.
Es tarde para este tipo de posts, pero no me importa. La Navidad me deja mal.

1 comentario:

Gurisa dijo...

En mi caso, lo peor de las fiestas no es el pre, es el post. Porque luego de la primer semana de estar con la flia, dejás de ser visita y pasás a formar parte de la familia. Todo se vuelve un calvario y uno empieza el año deprimido.